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miércoles, 26 de mayo de 2010

Wittgenstein y lo oculto

Lacan y Wittgenstein


El mejor camino o modo de aproximación a un texto o a una forma de pensamiento es el de la exégesis (exegéomae: guiar, interpretar, exponer). Exégesis como práctica que permita que el propio pensamiento sea fecundado por nuevas propuestas que nos conduzcan a novedosas líneas de pensamiento y hacia nuevas preguntas.

Tal parece ser la propuesta que encierra el texto de Françoise Fontenau, La ética del silencio, que pretende abordar algunos de los aspectos del pensamiento de Jacques Lacan y de Ludwig Wittgenstein. El pensamiento y el lenguaje han dado y siguen dando mucho qué pensar a multiplicidad de disciplinas en la actualidad.

En momentos cruciales como el que vivimos en que la comunicación adquiere dimensiones vertiginosas, debido a la cibernética cuyas consecuencias y repercusiones son aún insospechadas, pareciera que mientras el hombre moderno navega a sus anchas en la red, naufraga sin timón en una sociedad de consumo, de apariencias, que lo conducen a una competitividad irreflexiva y a un aislamiento “detrás de la pantalla”.

Pero, ¿en qué se nos convierte el mundo “detrás de la pantalla”? Quizá sea útil que ante la amenaza de “diluirnos ante las pantallas de cristal líquido” retomemos los textos que disertan en torno a algunos de los aspectos más humanos de lo humano: el pensamiento y el lenguaje.

Wittgenstein parte de premisas fundamentales que aún hoy dan mucho que pensar. “El hecho sólo es hecho a partir de ser dicho”.

Para él el mundo es “mi” mundo y los límites de éste se limitan a lo que puede ser dicho. El decir precede al saber. Se introduce después en la complejidad del signo y nos dice: “La torpeza del signo para hacerse comprender a través de toda suerte de gestos, desparece no bien reconocemos que todo depende del sistema al que pertenece el signo. Uno querría decir: únicamente el pensamiento puede decirlo, no el signo. Y sin embargo, una interpretación realmente es algo que nos es dado en el signo”.

No sólo el objeto de la consciencia es una proposición, sino que es una proposición dicha. En Wittgenstein la relación con el objeto, en el sentido trascendental, es inconcebible en ausencia de una posibilidad de enunciación. En la proposición siete del Tractatus enuncia: “Aquello de lo que no se puede hablar, hay que callarlo”.

El silencio adoptaría entonces el lugar de ese “más” que no tuvo sentido. Esta sentencia da mucho que pensar y enlaza aquí con la problemática del decir en Lacan. Desde el seminario escribe: “Antes de la palabra, nada es ni deja de serlo. Sin duda, todo está allí, pero sólo con la palabra hay cosas que son verdaderas o falsas, es decir, que son, y cosas que no son. La verdad se abre camino en lo real precisamente con la dimensión de la palabra. Antes de ella no hay verdadero ni falso”.

Otra afirmación de Lacan en su seminario es que en Wittgenstein no hay metalenguaje. Según él, (...) “no hay metalenguaje que pueda ser hablado; más aforísticamente: no hay Otro del Otro.

Fontenau se pregunta en este punto, con respecto a Lacan: sin embargo, ¿no recurre él al Nombre-del-Padre para apuntalar su mística, su ética, para sostener su lógica?

Por su parte, Wittgenstein, en sus Conferencias trasluce un Nombre-del-Padre dividido, una divinidad y luego unida donde se necesita un lazo entre la existencia del mundo y la ética, la palabra de Dios.

En lo que respecta al deseo, ética y deseo están íntimamente ligados en sicoanálisis, mientras que para Wittgenstein los que hacen pareja son más bien ética y sentido.

Wittgenstein llega al “no hay más que decir” precisamente queriendo “salvar la verdad”, deseando convertirla en la regla y en el fundamento del saber. ¿Cuál es entonces el Wittgenstein que nos presenta Lacan? No uno confinado al silencio por la consciencia de haberlo dicho todo o no poder decir más, sino un hombre extenuado por esa búsqueda sin descanso de la designación justa y que termina por no hablar más.

En Lacan más bien destaca el Wittgenstein que nos habla de “malestar mental” en sus Cursos de Cambridge, “Malestar mental” en Wittgenstein, “queja del sujeto” en Lacan.

Por consiguiente, lo que nos lleva a pasar del sentido a la denotación es la búsqueda y el deseo de verdad. Lacan subraya aquí la importancia de esa verdad para Wittgenstein, esa “cuestión de la verdad (que) condiciona en su esencia el fenómeno de la locura”.

Ludwing Wittgenstein

Ludwig Wittgenstein nació en Viena en 1889, hijo de un próspero industrial del acero. En la casa paterna, Ludwig creció junto a sus siete hermanos, en un ambiente rico en estímulos culturales y artísticos. Brahms y Mahler, por ejemplo, eran huéspedes habituales de la familia.Ludwig empezó estudios de ingeniería en la universidad de Berlín y los continuó en Manchester, dedicándose a la investigación aeronáutica durante varios años. Pero, después de leer los Principles of Mathematics, de Russell, sus intereses pasaron de la aeronáutica y aerodinámica a los problemas de la fundamentación de las matemáticas y, de ahí, a la lógica y a la filosofía.




A partir de 1912 siguió estudios en Cambridge bajo la dirección de Bertrand Russell y empezó a ocuparse intensivamente de la investigación filosófica. Para poder concentrarse mejor en sus estudios, se fue a vivir en soledad a Noruega.



Allí le sorprendió el estallido de la Primera Guerra Mundial y Wittgenstein se alistó como artillero en el ejército austro-húngaro. Esto no le impidió seguir con sus reflexiones filosóficas, que fue apuntando en una serie de cuadernos, de modo que, al final de la guerra, cuando cayó prisionero de los italianos, tenía el manuscrito de su Tratado lógico-filosófico prácticamente terminado. Esta obra fue publicada en 1921 en alemán y, un año más tarde, en versión bilingüe inglés-alemán con el título latino de Tractatus logico-philosophicus.



Tras repartir buena parte de la sustanciosa herencia paterna entre sus hermanas y un grupo de artistas e intelectuales (Rainer Maria Rilke, entre ellos), Wittgenstein llevó una vida austera y retirada, primero como maestro de escuela en Austria y después como jardinero en un convento de Viena entre los años 1920 y 1929.



En este último año, Wittgenstein volvió a sus intereses filosóficos y decidió reanudar sus estudios en Cambridge, donde, a instancias de Russell, fue nombrado catedrático el año 1937, cargo que ocupó hasta 1947, con excepción de un breve período en que ejerció como enfermero voluntario durante la Segunda Guerra Mundial.



Nacionalizado inglés en 1938, Wittgenstein murió de cáncer en Cambridge el año 1951. En los últimos años de su vida redactó las Investigaciones filosóficas, que serían publicadas póstumamente en 1953.



Aunque de temperamento irritable, nervioso y depresivo, Wittgenstein fue un hombre de una personalidad fascinante, que vivió atormentado por su exigencia de autenticidad, por el trabajo y por la idea de la muerte. Difícil para la convivencia social y con escasa estima por la bondad y cualidades del ser humano, sintió a menudo la necesidad de aislarse de la gente y de vivir en completa soledad.



Wittgenstein estaba dotado de una gran sensibilidad artística y musical y sus intereses abarcaban no sólo la filosofía y las matemáticas, sino también la aeronáutica, la arquitectura y la escultura. Aunque gozó del reconocimiento y amistad de los filósofos más importantes de su tiempo, no se sentía a gusto dentro del mundo académico, y prefería vivir en soledad.



En el pensamiento de Wittgenstein pueden distinguirse dos etapas. La primera viene marcada por la publicación del Tractatus logico-philosophicus (1921-1922), en el que trata de dar una salida a los problemas no resueltos del positi vismo clásico respecto a las matemáticas, la ciencia y la filosofía. Para él, la filosofía no es un saber, sino una actividad, y su finalidad es aclarar las proposiciones; así, la filosofía se circunscribe a un análisis del lenguaje.



La segunda etapa queda definida por su obra Investigaciones filosóficas, publicada póstumamente en 1953. Este libro da origen a la corriente denominada filosofía analítica, que centra su reflexión en el estudio del lenguaje como único modo de resolver los problemas filosóficos.



Además de las obras citadas, escribió Observaciones filosóficas sobre los principios de las matemáticas (1956) y las notas a las Investigaciones, conocidas con el nombre de Cuadernos azul y marrón (1958).



El programa de Historia de la Filosofía de COU de la Comunidad de Madrid propone dos textos de Wittgenstein para lectura y comentario, uno del Tractatus y otro de las Investigaciones filosóficas.



El texto sacado del Tractatus logico-philosophicus se compone en realidad de varios fragmentos. El primero recoge la tesis ontológica básica de esta obra: el mundo consta de todos los hechos y éstos son causales, carecen de necesidad. El segundo plantea la adecuación e inadecuación entre los signos y los símbolos. El tercer fragmento trata del análisis lógico del lenguaje y de su relación con el mundo. En el cuarto, finalmente, se delimitan los ámbitos (ética, estética, religión...) en los que no se puede decir nada con sentido, para concluir con su famosa afirmación: De lo que no se puede hablar, más vale guardar silencio.



De las Investigaciones filosóficas, por su parte, se propone un fragmento en el que Wittgenstein critica primero su anterior concepción del lenguaje para pasar, a continuación, a presentar algunos aspectos de su nueva idea de la filosofía. Según su nueva concepción, la tarea de la filosofía no consiste en corregir el uso ordinario del lenguaje, sino en comprender su funcionamiento de forma adecuada, lo que resolverá por disolución los problemas filosóficos tradicionales.

sábado, 22 de mayo de 2010

DEFINICION

LA GUIA DE  LA DEFINICIÓN ES LA GUIA Nº2